
Abro la ventana, allí está el orbayu. A través de los cristales veo la fina capa de agua que cae, poco a poco, sin pausa. Tiene la fuerza de las pequeñas cosas, no nos damos cuenta de que está ahí hasta que su humedad lo cubre todo, sin aspavientos, sin casi avisarnos. Me quedo mirando el paisaje que recorta mi ventana, un cuadro otoñal de grises, ocres y amarillos, la paleta de un pintor melancólico que ha bañado su lienzo con finas gotas de plata. Solo falta que pase una xana envuelta en la niebla y me invite a volar… No he volado, sigo ahí, pero mis recuerdos sí lo han hecho, ¿tal vez con la xana? El paisaje ahora es otro, las montañas son llanuras y el tiempo es remoto. El cielo se corta en pedazos con el filo de los rayos, los truenos avanzan como ejércitos de tanques y las nubes vomitan agua con la fuerza de un titán. – Tengo miedo papá. – No temas pequeña, imagina que solo es orbayu y te calmarás, verás como pasa. Cuando mis tormentas me asustan, entonces, imagino el orbayu… Leda |