
Tras el orbayu sentimos un ruido. Una persiana que se abría, otra y otra. Era viernes. Los vecinos que venían a pasar el fin de semana. Voces, puertas que se abren, luces que se encienden. Una chimenea que echa humo. Alboroto. La casa empieza a tener vida. El sábado, bien temprano, empiezan las tareas, a caminar, a buscar el pan y el periódico, a quitar las hierbas del jardín, a segar la huerta. Y así va transcurriendo el día. Luego la comida, las visitas, las risas, el descanso. El domingo, también se madruga, se lava el coche y se sale a tomar el vermú. De vuelta a preparar las maletas y regreso a la capital. Se bajan las persianas, se apagan las luces y se cierran las puertas. Y hasta la semana que viene. Esta semana no se oyen ruidos, ni persianas, ni puertas…. Sólo silencio. La vegetación sigue creciendo y los pajarillos revolotean. Es primavera. ¡ Pero que primavera tan triste! El coronavirus nos visitó y encarceló nuestras libertades. Silencio. Vidío |