EL PRODIGIO

Yo tendría unos 9 ó 10 años aquel día que el orbayu no presagiaba nada de lo extraordinario que aquella jornada me iba a suceder.

Me pusieron mi mejor ropa: una cazadora heredada de mi primo, un pantalón azul hecho de una gabardina de mi padre y unas “Chirucas” del economato.

Ya era lo bastante mayor para ir al velatorio de Don Otilio, el párroco. Había que ir al duelo y presentar los respetos a quienes habían sido sus feligreses los últimos cincuenta años. Llegar a la casa Rectoral , mayor que la propia Iglesia de aquel pueblo de apenas cien habitantes, fue para mí una maravilla: de repente vi un mundo nuevo, desconocido, asombroso.

El cadáver estaba dentro del féretro a la vista, sin la tapa , alrededor había palmatorias iluminando todo el local dando a la cara del finado una palidez que me impresionó, el sudario debía haber sido una sábana colocada por alguna de aquellas viejas que lloraban sin ganas en medio de ayes y quejidos. Recorrí todo el corredor de la parte de arriba, me senté en el suelo, introduje las piernas, colgando, entre los barrotes de madera viendo el gran circo.

Fue un prodigio.

Pozas-Muñoz

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