LA ESCUELA

En esas tardes de orbayu que no se puede hacer nada en el exterior, es reconfortante dejar las aburridas tareas domésticas y poner rumbo a la villa donde espera un delicioso café y un croissant antes de entrar en clase. Siempre en ese lugar, con un precioso jardín que debe ser muy agradable en algún improbable día de sol.

Entrar en la escuela ya es transportarte a otro mundo. Durante la clase, con la puerta siempre abierta, te llega la música de las niñas que están haciendo ballet (incluso alguna vez nos llamaron para que hiciésemos de público) y el olorcillo de la clase de cocina.

Casi siempre hay una exposición de algún alumno aventajado. Recuerdo una especialmente. Era de una señora de más de ochenta años. Nos cautivaron sus palabras y sus cuadros de delicados paisajes asturianos, en los que apetecía adentrarse y quedarse para siempre.

Últimamente viene algún acuarelista reconocido y nos da una clase magistral. Todos nos dejaron con la boca abierta, pero me impresionó una pintora que le ponía tal emoción, que movía el caballete peligrosamente a la vez que decía: ¡QUÉ DESCUBRIMIENTO LA ACUARELA!

Zarapito

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