
La cuarta Luna no se atrevía a mirar. Rachmaninov volvía al tiempo entre ella, y todos los signos subían hacia la sombra. Raquel terminó de limpiar el brazo del sillón, había pensado en los ojos del pianista y por fin se quedó inmóvil. Partían belleza las danzas de sus manos. El reloj blanco sobre la pared palpaba el aire de metrónomo, los recuerdos de parqué y una conversación de señoras bajo la ventana, Nada tenía sentido. Rachmaninov seguía sonando, dos pasos para la locura. Raquel, la cuarta Luna, empezó a llorar, sentía la vida que fue, que será, que nunca había sido, y toda Rusia en aquel Piano. Entonces se decidió, mañana iría al final de la ciudad, cogería un sendero, y en medio del campo le declararía su amor. Las lágrimas sucedieron las notas volvieron fueron hasta su casa. Mañana, después de la Luna blanca. Arlequín |