LLUVIA

– Aquí es el orbayu –dijo con seguridad a su interlocutor-. Nadie la llama llovizna, porque ni siquiera son iguales, aunque se parezcan. Y también llamamos a los niños guajes. Y a los caracoles los estrapallamos. No los aplastamos… El orbayu es más ventoso y húmedo que la llovizna castellana… Y huele a prado y mar.

Prosiguió adoptando un tono indisimuladamente pedagógico. Casi soberbio.
– El asturiano es vano y mal cristiano, pero noble, acostumbrado a la rudeza de su tierra y clima y amante de su paisaje. Somos diferentes –concluyó rotundo.

Su oidor le sonrió amable.

– Sois distintos en algunas maneras. Pero no diferentes. Os confundís con los gallegos en el oeste y con los santanderinos en el este, con los leoneses en el sur, o con los bercianos y palentinos en las minas. Sois similares a los castellanos, recios y duros por el invierno, y enjutos por el verano solo amparados por la sombra. Trabajadores como los catalanes, duros como los vascos y socarrones como los navarros. Risueños como son valencianos y murcianos, alegres como andaluces y sufridos como extremeños. Obstinados como aragoneses…Sois españoles.

Marco

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