ATUNES

En un pueblo del sur de España, casi siempre azotado por el Levante, algo parecido al orbayu nos recibió aquella mañana atípica.

Íbamos a visitar a nuestra hija que trabajaba en el control de atunes de la Almadraba.

Su compañera de piso estaba haciendo un estudio sobre el águila culebrera que anida por los riscos y bosques próximos al Estrecho. Para atraer a la rapaz, usaba una culebra que alimentaba con ratones vivos. Estos animalitos estaban en el pequeño y lindo piso. Ni que decir tiene que el olor allí no era muy agradable.

Pasados unos meses, el seguimiento del águila terminó y la culebra y los ratoncillos desaparecieron. Sin embargo el olor persistía en la vivienda.

Después de mucho investigar y limpiar, un día que nuestra bióloga tomaba una cerveza en una terraza después del trabajo, dejó apoyado su ictiómetro (una especie de regla de madera para medir los atunes) en una silla próxima y observó que la gente hacía gestos de desagrado.

De repente descubrió, no sin cierto sonrojo, que su varita impregnada con la sangre de los atunes, era la causante de los desagradables efluvios.

Tarabilla

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