
Una mañana de orbayu decido por fin poner orden y recoger mis bártulos de maestra jubilada. Tengo sobre la cama tres batas muy ajadas (de cuadros, de rayas y una blanca). ¡Qué distintas de las que usé en el colegio, aquéllas que deseaba perder de vista y luego añoré! Recuerdo llevar algún pañuelo (entonces de tela), trocitos de goma de borrar, sacapuntas, diminutos lápices de los que nunca he sabido deshacerme, algún chicle Dunkin o Bazoka y virutas de madera de colores. Años después el contenido apenas cambió: pañuelos (ahora de papel), sacapuntas, gomas de borrar y del pelo, tiritas antilágrimas, algún caramelo quitapenas, bolígrafos de colores, más lápices pequeñitos y montones de clips. Sonrío pensando en esos pequeños alambres doblados que se comportan como las cerezas y se me antojan criaturas sociables por excelencia, como personitas. Por muy separados que los metas en el bolsillo, cuando necesitas uno salen en ristra bien ligados. En ocasiones me sentí tentada de ponerlos como ejemplo de unión en clase. Claro que, pensándolo bien, a veces quizás los una el afecto y otras muchas los enganche la discordia. Como personitas. Y yo abrazada a mis viejas batas. Catacaldos |