ÍDOLO

Después de una mañana de persistente “orbayu”, un tímido sol se abrió paso entre las nubes y una luz tamizada lo envolvió todo. Las glicinias que caían en cascada sobre la verja de la impresionante casona resplandecían con sus gotitas de humedad. Una algarabía de pájaros se desprendía del enorme árbol que crece junto a la valla del colegio. Un grupo de niños surgió alborotado. Ya en la calle, sacan sus móviles con ansia, se alejan sin dirigirse la palabra…

Veo que se acerca una joven madre con su cochecito de bebé, gesticula y parece entusiasmada con el pequeñín, pero cuando llego junto a ellos me doy cuenta que no se dirige a él, sino que lleva unos auriculares. El niño la mira con los ojos muy abiertos…

Aquella parejita que está sentada en el banco tienen las cabecitas tan juntas que pienso que están haciéndose confidencias y arrumacos, pero cuando paso, oigo la música ratonera de un video y las consiguientes risotadas…

En la suave calma de la tarde se oye un frenazo, un chirriar de ruedas, un golpe. Alguien cruzaba ensimismado en su móvil, alguien conducía consultando su GPS.

De pronto, LA REALIDAD.

Tegra

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